Más allá de las barrancas del río Bajo, se asienta el poblado de Guaypú. En el extremo oriental de la provincia del mismo nombre. Un caserío de colores inserto en el paisaje selvático se observa desde la cúspide del cerro más cercano.
A diferencia del resto de los pueblos de la región, los habitantes de Guaypú no empujan sus canoas hacia el río, sino que lo hacen a las costas de una pequeña bahía de donde sacan para comer y poco más. A falta de dinero es el pescado el que funciona como moneda de cambio.
En una pieza del fondo del bar del pueblo vivía Elisa. El lugar, ordenado y limpio a simple vista, destilaba un penetrante olor a pescado.
Elisa, mulata por herencia, era una mujer de una extraña belleza. Sus labios fuertes y hermosos sostenían una notoria línea de vellos, mientras que sus piernas y torso eran de un dorado que hacia las delicias de su leal clientela de paisanos.
Sus increíbles manos, curtidas y despojadas irremediablemente de su feminidad por el trabajo que implicaba la limpieza de de los pescados, tenían por costumbre aferrarse a un mate amargo todas las mañanas después de una jornada de trabajo nocturno.
Al fondo del terreno en el cual estaba su piezucha, había una precaria construcción, diminuta, parcialmente enterrada, con el aspecto de una choza. Allí vivía el hijo idiota de Elisa. Producto de un aborto fallido realizado por la curandera del pueblo hace ya 14 años. Este episodio casi le cuesta la vida a Elisa. El saldo, de todos modos, no fue muy positivo, Elisa quedó seca para el resto de su vida y con un niño malformado, casi ciego y retrasado a su cargo. El niño ratón.
La mujer separaba diariamente un poco del pescado que le traían los hombres en cubetas metálicas, se lo arrojaba al pequeño niño idiota y se volvía a meter a la casucha a continuar con sus asuntos. El pequeño monstruo salía medio acobardado de su cueva y guiado por el olor, tomaba el pescado con sus manos y lo comía en el extremo del perímetro que delimitaba la cuerda que ataba su tobillo escamoso a un árbol próximo.
Todas las noches que Elisa trabajaba, llevaba la cena al niño ratón entrada la madrugada, encontrando un hueco en su labor. Se lo encontraba despierto y atento, parcialmente iluminado por el foco rojo que titilaba desde la puerta de la pieza. Le arrojaba los pescados desde una distancia prudencial y volvía a su cuarto.
En las vísperas del verano el pueblo vivía una verdadera fiesta. Eran épocas de lluvia y de abundancias. Todos en Guaypú veían reflejado en sus vidas la prosperidad de la época estival.
En la pieza de Elisa eran largas noches de trabajo que solían terminar muy entrada la madrugada. Una de ellas, a principio de Enero, el alcalde del poblado realizaba su habitual visita semanal. Ebrio y obeso como de costumbre. Su silueta sujetando el cuerpo de Elisa en cuatro patas era un despropósito.
El Alcalde era el único cliente que tenia el permiso implícito de los vecinos, para molestar y perturbar a los gritos y excesos la tranquila noche del poblado.
Aquella vez la función no era muy diferente a lo normal, salvo que el hombre se encontraba casi K.O al comenzar la noche, por el abuso de Caña.
En plena madrugada, mientras el Alcalde seguía rebuznando sobre el cuerpo de Elisa. El ruido de un objeto golpeando el piso de tierra de la habitación, hizo desviar la atención de Elisa, que logrando apartarse un poco del pesado cuerpo del alcalde, pudo divisar en la esquina de la cama a su hijo portando una cubeta enorme repleta de pescado fresco. Los ojos inútiles del niño, desorbitados como de costumbre, transmitían una sensación inusualmente violenta. Mientras que de su boca caía una mezcla de baba y mocos provenientes de su nariz.
Cuando el alcalde se percató de la situación, se levanto como pudo de la cama y tomando su camisa y pantalón asestó una patada al pequeño enfermo, que cayó de espalda al suelo, antes de cerrar la puerta y marcharse sin pagar.
El muchacho, todavía aferrado a la cubeta llena de pescados, se levanto con esfuerzo del suelo, dejo el fruto de su trabajo al costado de la puerta y se sentó con su pies renegridos sobre la cama.
Desde aquel día, ya no se ve ninguna luz alumbrando la noche desde la habitación de Elisa.