Sobrevolaba las calles del barrio. Iba de una cuadra hacia
otra, sin esfuerzo se deslizaba por los aires con la garganta tomada y un
poco de mocos. De vez en vez bajaba del todo, generalmente en lugares y horas
poco populares. De vez en vez también alguno lo veía, y el inoportuno
filosofaba entre hacerse el desentendido o salir corriendo a los gritos.
De 35 personas de la cuadra 34 estaban seguras de su
existencia, era tal su popularidad que los niños jugaban a ser el en los
recreos y las horas libres. No quedaba un rinconcito de esa parte de la ciudad
que no hubiese escuchado la historia del “Angel al pedo”. Un superhéroe
especialmente común. Que podía volar, está
claro que eso no es algo normal, pero aparte de eso, poco y nada. Y tampoco es
que usase su “superpoder” para alguna causa noble o expuria, simplemente le
gustaba volar tranquilo, en las noches que no lloviese ni soplase el viento
sur. Un patriarca del ocio, un tipo sencillo y con alas al pedo, como todos.

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