Juan era ciego. Y como todo ciego era bastante desconfiado e hijo de puta. Ciego de nacimiento. No conocía la oscuridad ni tampoco la lucidez verdadera. No había visto nunca un perro, ni una flor, ni una teta. Tocaba, si, pero tocar no es lo mismo que ver… Solo en su colchón imaginaba mujeres de tetas firmes y culos enormes que se apretaban contra su sexo. Las deseaba tanto que las sentía mientras se tocaba y lamía a sí mismo.
Para otros eran apenas 15 o 30 minutos de una gimnasia reconfortante y placentera. Para el, era ni más ni menos que LA REALIDAD.
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