lunes, 13 de febrero de 2012

Así

- No me jodas – pensó el negro al ver el mensaje del cara de sifón: "Todavía no salimos del barrio".
- Estos hijos de puta no vienen más.
En el mejor de los casos les quedaba una hora de Bondi desde el barrio al parque. Eso sin contar que era sábado, un sábado de verano y que el servicio de transporte, en palabras del negro, era una mierda.
El negro había tenido suerte, vivía acá cerquita. Su familia era una de las pocas que resistieron el desalojo y, una vez corridos, emprendieron la vuelta a la villa. Desde el parque a su casa eran unas pocas cuadras. Pero todos los otros pibes, pelota incluida, venían de allá; de la ciudad-barrio, del culo del mundo. Así que al negro solo le quedaba esperar.
Viendo que la cosa iba para largo se sentó en diagonal a la avenida Sabattini, mirando la estación de servicio YPF, un poquito mas allá estaba el hotel del ACÁ. Siguiendo por la avenida comenzaba la bajada y ahí nomás estaba el río y el centro de la ciudad.
Siempre se jugaba en el mismo lugar en un bajo que había en el parque, con un claro de pasto muy grande. Se armaban partidos de 7 contra 7; 11 contra 11; 17 contra 17…
Aprovecho un par de piedras apiladas como palo de arco, saco el atado de cigarrillos y de adentro una tuca. Eran las 4 de la tarde en Córdoba y el sol no perdonaba a nadie.
Lo despertó la segunda gota gorda que le cayó sobre la gorra. Cuando alzo la vista al cielo oscuro, puteo con ganas. Mintiéndose un poco pensó que todavía se podía jugar. Mejor si no había sol e incluso si llovía iba a estar bueno, seguro que pintaba un partido de los que se cagaban a patadas. No terminó de fingir optimismo cuando el viento levanto toda la tierra seca del parque y golpeo la cara del negro. La gorra siguió el camino del remolino y se perdió cruzando la calle. Cuando amago a recuperarla una cortina de lluvia que venia del norte lavando todo lo que había a su paso lo mojo hasta las medias. El negro atino a guardar los puchos dentro del calzoncillo y a ponerse debajo de un árbol que parecía recién plantado de lo escuálido que era. Parecía que la cortina de agua lo había venido a buscar. La vio irse tranquila para el sur. Increíblemente la avenida ya estaba inundada. Puteo otra vez, esta vez con ganas, porque cuando la calle se inunda, se inunda su casa, la de su abuela y todo el barrio; además los colectivos dejan de andar. Chau Futbol.
Fue hasta la calle a buscar la gorra toda mojada y desde lo alto miro como el cielo comenzaba a abrirse, el centro de la ciudad y el río se veían iluminados por el sol que asomaba. Volvió hasta la canchita a buscar la botella de agua.
No se enteró que fue lo primero que lo golpeo, pero cuando despertó su cabeza estaba hábilmente sujetada entre su codo y un árbol tendido sobre unos 50 centímetros de agua. Sobre la avenida, la bajada y el río no parecía haber diferencias de profundidad, un solo río de 15 metros de hondo. Del Hospital San Roque solo se veía el techo. Esto no lo podía haber hecho ninguna tormenta, menos una lluvia pedorra – pensó el negro. - Es el fin del mundo – dijo mirando, con la boca abierta, al agua llevarse un carrito de choripan.
Le dolían los tobillos y tenia todo el cuerpo embarrado. La bajada del parque traía como cascada cualquier cosa suelta. Por la calle flotaban autos y pedazos de casas. Detrás de si, un par de árboles que habían caído de forma coreográfica, formaban un pequeño altar. Se subió entre los troncos haciendo fuerza con las piernas todas golpeadas. De la YPF de enfrente solo quedaba el tinglado, el hotel aguantaba con un par de pisos inundados. Cuando lo vio no lo pudo creer, en ese momento la nueva casa de gobierno parecía haber sido arrancado de cuajo y flotaba sobre el río, un sólido flotando en un mar de aguas amorronadas. El edificio. a pesar de su peso, increíblemente flotaba.
Sobre la avenida un colectivo de las naranjas cruzaba a toda velocidad, como para agarrar el semáforo en verde, pero boca abajo.
El negro a esta altura no se podía mover del miedo. Agarro fuertemente el crucifijo de madera que le había regalado su abuela, le dio un beso y cerro los ojos muy fuertes con la esperanza de que al abrirlos la cosa sea diferente. Cuando se decidió a mirar, vio un grupo de cuerpos que flotaban boca abajo sobre el agua ya mansa. Se mantenían aun juntos, como si estuvieran agarrados de las manos. Guardo la crucecita y se calzo la gorra. El agua ya no caía fuerte de la terraza del parque. Logro subir por entre medio del barro hasta la zona alta. El centro de la ciudad seguía bajo el agua, y lo que estaba quedando al descubierto estaba destruido... No había posibilidad de que no se hubiese llevado la villa, pero no pensó en eso.
Se saco las zapatillas, hizo un nudito con los cordones, las cargo sobre el hombro y enfiló corriendo descalzo para el barrio.
Esa tarde, exactamente 7 minutos después, la radio informaba que comenzaban a caer las primeras bombas sobre la ciudad de Córdoba.

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